“Ya no hay más temores, confío en ti.
Señor de la vida, conviertes mis noches en luz.
Aunque lejos estaba, tus brazos me tiendes…
Hoy me has encontrado“.
Entramos nuevamente en un tiempo que nos confronta y nos prepara para participar de una experiencia crítica, fundante. La Cuaresma es el pórtico hacia la Pascua de Jesús y la nuestra. Si la Encarnación abre al mundo el corazón compasivo de Dios, la Redención (por medio de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús) abre la eternidad al corazón del mundo. El Misterio Pascual es la clave para apostar por una vida auténticamente humana, donde cabemos realmente todos y todas. Así lo hemos aprendido de Aquél que nos enseñó a vivir del amor y para el amor.
La canción que les quiero presentar se llama “Padre, vuelvo a casa”. Está inspirada en el conocido texto bíblico de Lucas (Lc 15, 11-32), en el cual Jesús sale al paso de quienes lo critican por andar con pecadores y publicanos, por amar “a cualquiera”. Es en ese contexto que, entre otras historias, cuenta la de un Padre que tenía dos hijos… Uno de ellos -habiéndose ido y malgastado su herencia- hace finalmente un camino de regreso al hogar, se reencuentra con su dignidad de hijo amado, supera la vergüenza y abre paso al abrazo que sana. El otro, aún sin haberse ido nunca de casa, no termina sin embargo de entrar al banquete de la comunión y del perdón. Se auto excluye de la fiesta.
Ambos se habían instalado en la dinámica del mérito. El primero consideraba que ya no merecía llamarse hijo siquiera; el segundo pensaba que merecía mayores beneficios por su fidelidad. El Padre se mueve en cambio en la dinámica de la gratuidad, que no distingue a sus hijos entre buenos y malos, sino entre los que están en casa y los que están perdidos. El Padre misericordioso que nos revela Jesús no sólo es un padre vulnerable, sino que vulnerado (por el doloroso reclamo en vida de su herencia). Él también estaba herido, pero era una herida atravesada de amor y por eso reacciona así. Su herida supo abrazarla para que se hiciera fecunda… Los estaba esperando a ambos, podemos decir, y no para vengarse, sino para sanarles, para restablecer el vínculo.
Esta canción reposa la mirada en el hijo que, al volver a casa, no retorna “hacia atrás” atrapado por la culpa, sino que descubre algo nuevo en ese abrazo acogedor: la incondicionalidad del amor de su papá. Se da cuenta que ahí radica su dignidad de hijo, no en sus méritos. Volver a casa no es retroceder, sino llenarse en cuerpo y alma de un nuevo paradigma: el del reino.
La alabanza es nuestra incorporación a la fiesta, al banquete del amor solidario donde nos sentamos juntos a la mesa compartida. El pecado y el egoísmo no tienen la última palabra, sino el cariño. Al escuchar este canto, podemos preguntarnos: “¿qué camino debo recorrer yo para volver a sentirme en casa junto a Dios y junto a la comunidad de la que formo parte? ¿En qué se juega hoy mi propia conversión? Dios les bendiga.
Les dejo aquí el video de la canción: