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Mirar las heridas

“Al final de la vida llegaremos
con la herida convertida en cicatriz…”

El tiempo pascual es un tiempo propicio para volver sobre las heridas, para mirarlas con el amor que redime, sana y señala nuevos aprendizajes. Es el mismo Resucitado el que nos invita a tocar la marca del dolor para descubrir Su presencia en la historia, en nuestra historia. Vivimos tiempos críticos en muchos sentidos, de profundas heridas físicas, sociales, económicas, medioambientales, políticas, comunitarias, afectivas, psíquicas y espirituales…

Esta canción es el fruto de un trabajo colaborativo en muchos sentidos. El 20 de mayo del 2021 se cumplen 500 años desde que una bala de cañón atravesó la pierna de Íñigo de Loyola durante una batalla en Pamplona, España. Esto le dejó una herida muy grave. Significó la derrota del bando que lideraba y la humillación de ser llevado convaleciente por sus mismos adversarios a casa de su hermano mayor. No se lo esperaba, quería ganar. Pero pierde. Se cae su orgullo, se desmoronan sus éxitos. Piensa en “volver a lo de antes”, le duele su vanidad y sufre mucho por querer mantener su apariencia física; intenta aferrarse a sueños de grandeza que antes le valían su honra, pero que ahora lo dejan vacío.

Con este aniversario, los jesuitas iniciamos la celebración de un Año Ignaciano que transita pidiendo la gracia de la conversión bajo el lema “ver todas las cosas nuevas en Cristo”, y que se extiende hasta la celebración de los 400 años de la canonización del mismo que -antes abatido y malherido- fue puesto de pie tras un largo y hondo peregrinar para abrazar el amor y el servicio, a mayor gloria de Dios (12 de marzo de 1622).

El texto de este canto, creado por José María Rodríguez Olaizola SJ, recoge magistralmente la experiencia de Ignacio de Loyola al mismo tiempo que la nuestra. La Compañía de Jesús nace de los encuentros, ahí donde se van curando las heridas. Surge de amistades que no esconden cicatrices, de la confianza en Dios y la escucha atenta; un fuego cariñoso que atraviesa prejuicios y fronteras. Y así, la experiencia de unos pocos amigos fue convocando más tarde a otros muchos compañeros, y luego a un Cuerpo apostólico universal lleno de historias, de rostros concretos de mujeres y de hombres pecadores y llamados; llenos de grandes deseos. No se trata antes ni ahora de negar las heridas, de borrar el pasado, de tener todo resuelto, sino de hacernos peregrinos en la tierra del Evangelio.

La música la imaginé siempre como un himno honesto, como una melodía serena y épica a la vez, que fuera transitando desde la experiencia personal hacia la comunitaria. Los arreglos para coro mixto e instrumentos (piano, violín, cello y caja) son de Juan Pablo Rojas. La edición y mezcla estuvo a cargo de Camilo Atria. Encuentras el texto, los acordes y las partituras aquí (LINK : La Herida).

En esta versión en español participan compañeros jesuitas entrañables y muy buenos amigos laicos y laicas. Los solistas iniciales son de Nicolás Emden y Max Echeverría SJ. De alguna forma me imagino mi voz asociada a Ia de Ignacio de Loyola, así como la del Nico a la de San Pedro Fabro y la de Max a la de San Francisco Javier. Al trío se unen haciendo armonías luego Diego Salinas SJ y César Tapia. Hacia el final, la voz de María José Saavedra completa el cuadro de una familia ignaciana que se extiende hoy por el mundo entero.

Participan además con sus voces como barítonos Iván Dobson SJ, Rodrigo García SJ, José Francisco Yuraszeck SJ y Camilo Atria. Con la voz de tenor Miguel Jesús Pedreros SJ, Carlos Barría, Daniel Bustos y Fernando Leiva. Los bajos los cantan Hector Guarda SJ, Fernando Jiménez SJ, Gonzalo Castro SJ y Pablo Castillo. En las voces soprano están Marcela Gael, María José Bravo, Tere Larraín, Montserrat Prieto, Carolina Herrera, Valeria Villa y Dani Tobar. En la voz contralto María José Saavedra, Claudia Uribe y Elizabeth Vega. Mi gratitud hacia todas estas maravillosas personas que hoy nos ayudan a mirar las propias heridas con más amor y esperanza.